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viernes, 29 de julio de 2011

¿Sigue vigente la Humanae vitae?


Conmemorando los 40 años de este documento visionario en el tema del matrimonio y la familia
 
Encíclica Humanae Vitae. Escrita por S.S. Pablo VI. Jueves 25 de julio de 1968

Les seguiré compartiendo de a poco !!
Saludos y bendiciones



En conversaciones frecuentes con sacerdotes, teólogos o seglares, suele ocurrir que se encuentra la opinión de que la Humanae vitae es una doctrina que no va más allá del magisterio ordinario de un Papa y que, por tanto, podría cambiar con otro que viniese después. Y se lanzan sobre el tema una serie de opiniones y juicios que uno no ve cómo pueden encajar con la doctrina de la Iglesia. No se puede olvidar que sistemas de moral como el de la opción fundamental, el teleologismo o el proporcionalismo se gestaron en el seno de la Iglesia poco después de la encíclica, con el fin de justificar, entre otros puntos, la contracepción.

¿Magisterio definitivo?

A pesar de haber ocurrido hace ya 33 años, todavía recuerdo la impresión que me hizo una conferencia del padre de Lubac en Roma (1968), en el centro cultural de San Luis de los Franceses, poco después de la publicación de la encíclica. El teólogo francés, entonces con fama de progresista, había sido invitado probablemente para que formulara una opinión contraria a la encíclica. Pero aquel teólogo, conocedor como pocos de la Escritura y la Tradición, dejó atónito al auditorio al decir que el Papa no puede cambiar una Tradición de veinte siglos ni tiene poder para ello. En efecto, Pablo VI, amante de la cultura francesa y asiduo lector de la nueva tecnología, se quedó solo e incomprendido por su fidelidad a la Tradición.

Juan Pablo II ha vuelto a recalcar la doctrina de la Humanae vitae en numerosas ocasiones, y la misma ha sido recogida en el nuevo Catecismo (nn. 2366-2372). Pero Juan Pablo II, conocedor e impulsor del Vaticano II, ha venido a decir también que "cuanto ha sido enseñado por la Iglesia sobre la contracepción no pertenece a la materia libremente disputada por los teólogos. Enseñar lo contrario equivale a inducir a error a la conciencia moral de los esposos" (5-6-1987). Y al mismo tiempo ha señalado que "dicha doctrina pertenece a la doctrina moral de la Iglesia, que ésta ha propuesto con ininterrumpida continuidad tratándose de una verdad que no puede ser discutida. Por ello ninguna circunstancia personal o social ha podido nunca, puede, ni podrá jamás, convertir un acto así (de contracepción) en un acto justo en sí mismo" (14-3-1988).

Ciertamente, la doctrina de una encíclica pertenece al magisterio ordinario, pero, si se hace de una forma continua y definitiva, resulta irreformable, aunque no sea infalible.

¿Qué antropología?

Frecuentemente se ha tachado a la Humanae vitae de confundir persona con naturaleza, y de sustentar una antropología no personalista. Es cierto que tenemos que distinguir la persona (el yo que actúa) de la naturaleza; pero nunca puede existir una persona que no actúe en el marco de una naturaleza. Y en este sentido la Veritatis splendor, que ha venido a recalcar la necesidad de una moral basada en la verdad objetiva, ha señalado bien cuando enseña que la moral nace y radica en la dignidad de la persona humana provista de alma y cuerpo. Y así ocurre que el alma humana es creada directamente por Dios en cada hombre (Catecismo, n. 366), de modo que ha venido a enseñar Juan Pablo II que "en el origen de toda persona humana hay un acto creador de Dios; ningún hombre viene a la existencia por azar; es siempre el término del amor creador de Dios. De esta fundamental verdad de fe y de razón resulta que la capacidad procreadora inscrita en la sexualidad humana (en su verdad profunda) es cooperación con la potencia creadora de Dios. Por ello la contracepción es tan profundamente ilícita que jamás puede justificarse por razón alguna" (17-9-1983). "La contracepción es, por tanto, un acto de rebelión contra Dios" (14-3-1988).

De nada vale apelar al axioma de que ha de ser la conciencia de cada uno la que decida sobre el asunto, pues como bien explica la Veritatis splendor, la conciencia no es la fuente de la moral, sino un instrumento que Dios nos ha dado, para buscar la verdad. Una conciencia que no quisiera buscar la verdad objetiva sería una conciencia moralmente culpable. No olvidemos que también los terroristas pretenden basarse en su propia conciencia. Pretender que la contracepción sea un mal menor justificable es algo que, a juicio del Papa, no se puede admitir, dado que lo intrínsecamente malo no puede ser justificado por ningún fin.

Métodos naturales

La Iglesia, en cambio, sigue aceptando los métodos naturales como método de regulación de nacimientos dentro de una paternidad responsable. En contra de lo que se suele decir, la experiencia al respecto suele ser muy positiva. Métodos bien comprendidos como el Billings o el sintotérmico son, en cambio, desconocidos en la mayoría de los ambientes. Ellos permiten usar el matrimonio durante el periodo infértil, en el que no se da la oposición a la acción creadora de Dios. Naturalmente, sólo se pueden emplear dentro de una paternidad responsable y no por egoísmo. Habiendo razones para ello, están justificados. Habría que pensar por ello en una catequesis a fondo en este sentido, como se da, de hecho, en otros países.


Cortesía: www.conoze.com




Oración de compromiso provida


miércoles, 27 de julio de 2011

Un llamado URGENTE !

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Si deseas puedes guardarlas en tu pc y subirlas a un servidor




El Valor Sagrado de la vida humana

La vida humana encierra un valor inconmensurable, prácticamente divino, desde su comienzo hasta su natural término. 


NOTA: 
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Homo sacra res homini, el hombre es cosa sagrada para el hombre, escribió Séneca. «El embrión humano es algo divino, en tanto que es un hombre en potencia», escribió Aristóteles. Ambos pensadores son ajenos a la cultura judeo-cristiana; con todo, intuyeron que, aun con las limitaciones y miserias que acompañan la existencia en este mundo, la vida humana encierra un valor inconmensurable, prácticamente divino, desde su comienzo hasta su natural término. Sin embargo, será necesaria la revelación cristiana para hallar el fundamento claro y sólido de tal aserto. La sacralidad de la vida humana hace acto de presencia al menos por tres razones: la razón del origen, de la naturaleza y del destino.


SAGRADA POR SU ORIGEN
En la primera página del Génesis, bajo un ropaje en apariencia ingenuo y mítico, se narran acontecimientos históricos: la creación del universo y del hombre. Dios modela una porción de arcilla -semejando en su quehacer al alfarero-, sopla y le infunde un aliento de vida, el espíritu inmortal. La materia se anima de un modo nuevo, superior: nace la primera criatura humana, a imagen y semejanza del Creador. El hombre no es cabalmente un producto de la materia, aunque la materia sea uno de sus componentes; goza de alma espiritual, irreductible a lo corpóreo. Las almas son creadas directamente por Dios, sin intermediarios. Por esto cabe decir con todo rigor que cada vida humana es sagrada, pues desde su comienzo compromete la acción del Creador.
Dios es origen primero de cuanto existe. Pero ha otorgado también a sus criaturas capacidad y poder de hacer y propagar el bien, siendo origen causal unas de otras, por generación o composición. Con todo, el origen de cada persona humana es muy singular, pues aunque en su génesis intervienen los padres, poniendo la base material, biológica, a la vez Dios interviene produciendo de la nada el alma espiritual y la infunde en el minúsculo cuerpo engendrado por los padres. La espiritualidad del alma distingue esencialmente al hombre de las demás criaturas de este mundo, hace que el cuerpo humano no sea como los demás cuerpos, sino un cuerpo personal, con características específicas muy netas, apto para ser convertido por la gracia santificante en templo del Espíritu Santo. Pero ya desde el momento de la concepción, el alma rige todo el desarrollo del embrión y, salvo accidentes o atentados, lo llevará a la relativa perfección que cabe alcanzar en la tierra.
El hombre engendra y, simultáneamente, Dios crea; de tal modo que, en la generación, es muchísimo mayor la obra de Dios que la obra del hombre. Dice San Agustín que Dios es quien da vigor a la semilla y fecundidad a la madre, y sólo Él pone -creándola- el alma. Por eso, otro padre de la Iglesia nos hace esta sugerencia bellísima: Cuando alguno de vosotros besa a un niño, en virtud de la religión debe descubrir las manos de Dios que lo acaban de formar, pues es una obra aún reciente (de Dios), al cual, de algún modo, besamos, ya que lo hacemos con lo que Él ha hecho. Así pues, la vida humana, desde su concepción posee valor divino, sagrado.
Y la vida del cristiano en gracia de Dios, todavía más: El historiador Eusebio de Cesarea narra que el mártir de Alejandría de Egipto, Leónidas, padre de Orígenes, al primero de sus siete hijos, uno de los más insignes talentos que tuvo la humanidad, gozoso por la admirable precocidad de semejante hijo, y dando gracias a Dios por habérselo concedido, mientras el niño dormía, se inclinaba sobre él y le besaba el pecho, pensando que en él habitaba el Espíritu Santo (Eusebio de C., Historia Eccl., 1, VI, c. II, 11). Este es el secreto de la vida sobrenatural del cristiano: el ser vitalizado por la gracia, es decir, por la acción del Espíritu Santo.



SAGRADA POR NATURALEZA


¿Qué resulta de la acción creadora de Dios con la participación de los padres, en la generación? Una imagen de Dios. Esta es la gran revelación sobre la naturaleza humana: Dios creó al hombre a su imagen (... ), varón y mujer los creó (Gen 1, 27). Esto -explica Juan Pablo II- es lo que se quiere recordar cuando se afirma que la vida humana es sagrada. Explica también que el Concilio Vaticano II afirme que el hombre es la única criatura que Dios ha querido por sí misma. Para Dios, todos y cada uno de los seres humanos poseen un valor excepcional, único, irrepetible, insustituible.

¿Desde cuándo? Desde el momento en que es concebido en el seno de la madre (Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, nº. 13). Nuestra vida -enseña el Papa- es un don que brota del amor de un Padre, que reserva a todo ser humano, desde su concepción, un lugar especial en su corazón, llamándolo a la comunión gozosa de su casa. En toda vida, aún la recién concebida, como también incluso en la débil y sufriente, el cristiano sabe reconocer el sí que Dios le ha dirigido de una vez para siempre, y sabe comprometerse para hacer de este sí la norma de la propia actitud hacia cada uno de sus prójimos, en cualquier situación en que se encuentre.
Hoy, tras importantes hallazgos de la genética experimental y de la investigación filosófica y teológica, podemos y debemos mejorar aquella sentencia de Aristóteles -que hizo suya Santo Tomás- del siguiente modo: el embrión humano es algo divino en tanto que es ya un hombre en acto. Por minúsculo que resulte a nuestra mirada, encierra una estructura grandiosa, admirable, completísima, animada por un alma inmortal, que constituye un macrocosmos sagrado.
Estamos en peligro de perder la sensibilidad ante lo grandioso de la maternidad/paternidad. Cooperar con Dios en la procreación es intervenir activamente en un portentoso milagro, porque, en cierto sentido, es más milagro -dice Tomás de Aquino en Los cuatro opuestos- el crear almas, aunque esto maraville menos, que iluminar a un ciego; sin embargo, como esto es más raro, se tiene por más admirable. San Agustín queda incluso más admirado ante la formación de un nuevo ser humano que ante la resurrección de un muerto. Cuando Dios resucita a un muerto, recompone huesos y cenizas; sin embargo -explica ese grande del saber teológico- tú, antes de llegar a ser hombre, no eras ni ceniza ni huesos; y has sido hecho, no siendo antes absolutamente nada.
Si dependiera de nosotros que Dios resucitase a un muerto (pariente, amigo o desconocido), seguramente haríamos todo cuanto estuviera en nuestro poder, por costoso que resultase. Si Dios nos dijera: haz esto, y este hombre volverá a la vida; sentiríamos una emoción profunda y nos hallaríamos felices de ser cooperadores de un hecho portentoso, divino. Pues aún de mayor relieve es la concepción de un nuevo ser humano. De donde no había nada, surge una imagen de Dios.


SAGRADA POR SU FIN Y SENTIDO DIVINOS

Toda vida humana es fruto del amor de la Trinidad que llama a cada hombre (varón o mujer) a la eterna comunión gozosa con las tres Personas divinas (Cfr. Mt 25, 21.23). Toda persona ha sido ordenada a un fin sobrenatural, es decir, a participar de los bienes divinos que superan la comprensión de la mente humana (DS 3005).
Todos los seres humanos -dice Juan Pablo II- deberían valorar la individualidad de cada una de las personas como criatura de Dios, llamada a ser hermano de Cristo en virtud de la encarnación y redención universal. Para nosotros la sacralidad de la persona se funda en estas premisas. Y sobre estas premisas se funda nuestra celebración de la vida, de toda vida humana. En rigor, las actitudes hostiles a la natalidad no sólo son deficitarias en conocimientos de matemáticas (porque no advierten el tremendo problema que se avecina con el envejecimiento de la población) sino que también son in-humanas, y, por supuesto, absolutamente extrañas al cristianismo. Se requiere haber perdido de vista lo que el hombre es y el sentido de la vida, para caer en esa suerte de nihilismo que prefiere la nada al ser; o suscribir el paradójico hedonismo que desprecia los bienes eternos por mantener, a toda costa, algunas comodidades provisionales. Es preciso recordar que el problema de la natalidad, como cualquier otro referente a la vida humana, hay que considerarlo, por encima de las perspectivas parciales de orden biológico o sociológico, a la luz de una visión integral del hombre y de su vocación, no sólo natural y terrena, sino también sobrenatural y eterna (Pablo VI, Humanae vitae)


UN CRIMEN ABOMINABLE

La vida humana es, pues, tanto por su origen, como por su naturaleza, como por su fin o sentido, una criatura muy de Dios, muy especialmente suya. Atentar contra esa vida es atentar contra Dios, como desafiarle cara a cara. En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis (Cfr. Mt 25, 40). Estas palabras de Jesucristo nos hablan del punto inaudito al que llega su amorosa solidaridad con cada uno de nosotros. Respeta infinitamente nuestra libertad, pero quien la use contra su imagen -varón o mujer-, quiérase o no, la usa contra Dios mismo. Y ante Él, más que ante tribunales e historias humanas, habrá que responder.
Se comprende bien así que, por encima de intereses más bien inconfesables, la Iglesia de Cristo haya enseñado siempre -también hoy porque es verdad perenne-, que el aborto procurado es un crimen abominable: Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida, misión que deben cumplir de modo digno del hombre. Por consiguiente, se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción; tanto el aborto como el infanticidio son crímenes nefandos (Vat II, GS 51,3). La cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana. "Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae" (CIC, can. 1398) es decir, "de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el delito" (CIC, can 1314), en las condiciones previstas por el Derecho (cfr. CIC, can. 1323-24). Con esto la Iglesia no pretende restringir el ámbito de la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen cometido, el daño irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad.
El infanticidio (cfr. GS 51,3), el fratricidio, el parricidio, el homicidio del cónyuge son crímenes especialmente graves a causa de los vínculos naturales que rompen. Preocupaciones de eugenismo o de salud pública no pueden justificar ningún homicidio, aunque fuera ordenado por las propias autoridades (CEC 2268).
Se comprende que hay situaciones límite en las cuales surge la fuerte tentación de claudicar y matar o matarse. Ni el aborto procurado ni la eutanasia suicida son caprichos de sólo gente enajenada. Pero la comprensión y la compasión no pueden convertirse en cómplices de un asesinato. A la persona humana, su conciencia moral puede pedirle un acto de heroísmo al servicio de la dignidad de la persona y de la sociedad. Y las leyes civiles han de hacerse eco de ello. El Estado no puede eximirse de defender absoluta y positivamente la vida de sus súbditos en particular y de todos en general. Es una cuestión de bien común, fin esencial del Estado. Y esto se puede entender desde la mera razón jurídica, como muestra la Encíclica Evangelium vitae.


NO HAY VIDA HUMANA INÚTIL


Para el cristiano no hay vida humana inútil, por más que las apariencias sugieran lo contrario. Toda persona, cualquiera que sea su estado físico o psíquico, está eternamente llamada a ser eternamente feliz en el cielo. Aunque a veces cueste entenderlo, también el dolor entra en los planes de Dios y lo encamina al bien de los que le aman.


Una tribulación pasajera y liviana -dice el apóstol Pablo-, produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria (2 Cor 4, 13-15). ¿Qué decir, pues, de una tribulación grave y duradera, como puede ser una vida con graves deficiencias físicas o psíquicas, tanto para quien la sufre como para quienes han de protejerla y mimarla? Somos pobres en palabras que expresen su grandeza y el honor eterno que alcanzarán. Considero, hermanos -insiste San Pablo-, que no se pueden comparar los sufrimientos de esta vida presente con la gloria futura que se ha de manifestar en nosotros (Rom 21, 8-18). El Apóstol se gozaba en sus sufrimientos, porque así cumplía en su carne una porción de lo que Cristo ha querido sufrir en su Cuerpo, que es la Iglesia, para el bien de sus miembros y de toda la humanidad (Cfr. 1 Cor 12, 27).
Por eso, la Iglesia -afirma el Papa- cree firmemente que la vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don espléndido del Dios de la bondad. Contra el pesimismo y el egoísmo, que ofuscan el mundo, la Iglesia está en favor de la vida.


La virtud en Femenino



La responsabilidad, el amor y la sencillez de corazón, son virtudes aprendidas con el ejemplo que das cada día como mujer que desempeña los más diversos roles, entre ellos, el de madre.



“¿Qué recordaran tus hijas de ti cuando les llegue el momento de convertirse en formadoras de sus propios hijos? Además del cuidado que puse en enseñarles amar a Dios, -me dirás- recordarán como aprendieron a amarlo con actos… sí, mis hijas recordaran que les enseñe a ser virtuosas”.

Enseñarles a ser mujeres de una pieza, íntegras, maduras, con una fe intensa y con un corazón limpio que pueda amar generosamente a los demás, es lo que como madres deberíamos de anhelar transmitir a nuestras hijas. La humildad, el amor y la sencillez de corazón no pueden ser mejor aprendidas que del ejemplo que tu das cada día como mujer que desempeña los más diversos roles, entre ellos el de madre. Ser laboriosas, sin actitudes maliciosas y justas en el trato, son cualidades que estoy segura quieres heredar a tus hijas. La disciplina, el orden, la perseverancia y responsabilidad son grandes surcos que tienes que formar en la educación de las mismas.
Debes pensar que esas niñas que hoy están creciendo, necesitan llegar a la vida adulta aprendiendo a vivir las virtudes humanas. ¿Qué clase de amiga serán si no les enseñas tu lo que es la sinceridad? ¿Quieres amiga, formar mujeres llenas de entereza, sólidas, firmes, alegres y sin miedo al esfuerzo e incompatibles con la frivolidad? ¿O prefieres tener hijas que no saben tomar decisiones, que se asustan ante el esfuerzo y van por la vida como tantos mediocres?
Amiga, es el momento de reflexionar seriamente sobre la manera en la que estas enseñando a tus pequeñas a ser virtuosas, buenas, nobles, humanas y responsables para la gran tarea de su vocación humana.
Virtudes, ¡virtudes! Como necesitamos mujeres valientes en nuestros días. Que pongan por alto en actos concretos la fuerza que proviene del amor. Pero, ¿Qué son las virtudes humanas? Y ¿cómo sacan de ti lo mejor que tienes para dar a los otros?
Santo Tomás de Aquino define la palabra virtud como un “acto operativo bueno”, es decir, que persona-mujer virtuosa, es aquella que siempre busca orientarse al bien y en todo lo que hace busca hacerse el bien para los demás.
El acto de repetir una y otra vez algo, como por ejemplo, poner los zapatos en su lugar cada vez que te los quitas, o poner en su lugar el cepillo de dientes en el mismo sitio que estaba antes de usarlo, le llamamos hábitos. La palabra hábito es la palabra moderna que se utiliza para definir lo que es la virtud. Y ¿como hacemos que nuestras hijas adquieran estas virtudes-hábitos en la medida en que van creciendo? Muy sencillo, repitiendo una y otra vez aquel “bien” que deseamos desarrollar en el carácter de nuestra hija. ¿Le costará? Por supuesto que sí, ya que estás desarrollando ejercicios de fuerza en la inteligencia y la voluntad.






Exigencia y Comprensión


“La caridad es paciente……y prudente”.

Pero para poder repetir actos tan sencillos como son:

- arreglar la cama al levantarse
- poner la toalla en su lugar después de bañarse
- recoger los juguetes después de jugar
- colocar el abrigo donde debe de estar
- colocar los platos en la lavadora después de comer
- hacer la tarea a la misma hora siempre...

Hace falta que haya alguien que exija, hasta convertir las rutinarias repeticiones en virtudes humanas, que le darán reciedumbre al carácter de tus hijas y harán su personalidad resplandeciente como lo son los colores del arcoiris en el cielo.

Tú das el ejemplo

“La virtud es un valor que se ha echo vida en nosotros”. ¿La vives tú?

¿Es posible llegar a tener hijos responsables, sinceros, ordenados y justos si no ven en nosotros el esfuerzo por alcanzar la virtud humana? Es buen momento amiga mía para que examines con sinceridad y valentía, como estas viviendo las virtudes en tu vida. ¿Qué tan ordenada eres?, ¿terminas siempre aquellas cosas que comienzas?, ¿se puede decir que tus hijas ven en ti un constante ejemplo de superación personal? ¿Luchas cada jornada por mejorar en aquellas áreas donde necesitas hacerlo? De tal palo tal astilla, sabemos que dice el dicho. Pues tu mejor que yo sabes, que tus hijas no podrán nunca dar aquello que no han recibido, aquello que no tienen.

Imagina por un momento a la madre del Redentor María. Trata de visualizarla en el cuidado y educación de su hijo Jesús. Mira e imagina en tiempo presente su casa, la manera en la que estaría ayudando a Jesús a crecer. También puedes ver como le enseño a ordenar sus juguetes, a tratar al prójimo y a poner la mesa. Trata de ver a María con su vestimenta habitual en casa, su arreglo personal, la expresión de su cara por el cansancio... ¿Cómo le trasmite todo esto a Jesús? ¿Por qué El la admira tanto? ¿Cómo serían las virtudes humanas de María?¿Cuánto has aprendido tu de ella?

La vida de la Santísima Virgen María estaba llena de un esfuerzo humano perseverante, se sabía amada y elegida por Dios, y como mujer de carne y hueso, tengo la seguridad que luchaba como cualquier otra mujer por enseñar las virtudes humanas a su amadísimo hijo Jesucristo. Claro esta, que el suyo era un esfuerzo humano elevado a la categoría de lo sobrenatural por la filiación divina que impregnaba todo su día.

María era la dulce y obediente esclava del amor. En ella encontrarás las enseñanzas que necesitas para enseñar a tus hijas a vivir el amor. El amor que siempre estará ordenado al bien tuyo, de ellas y de todos los hombres de la tierra.



►EL QUINTO MANDAMIENTO


Catecismo de la Iglesia Católica





















No matarás (Ex 20,13)




I EL RESPETO DE LA VIDA HUMANA

El testimonio de la historia santa

2259 La Escritura, en el relato de la muerte de Abel a manos de su hermano Caín (cf Gn 4,8-12), revela, desde los comienzos de la historia humana, la presencia en el hombre de la ira y la codicia, consecuencias del pecado original. El hombre se convirtió en el enemigo de sus semejantes. Dios manifiesta la maldad de este fratricidio: "¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano" (Gn 4,10-11).

2260 La alianza de Dios y de la humanidad está tejida de llamamientos a reconocer la vida humana como don divino y de la existencia de una violencia fratricida en el corazón del hombre:

Y yo os prometo reclamar vuestra propia sangre...Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque a imagen de Dios hizo él al hombre (Gn 9,5-6).

El Antiguo Testamento consideró siempre la sangre como un signo sagrado de la vida (cf Lv 17,14). La necesidad de esta enseñanza es de todos los tiempos.

2261 La Escritura precisa lo que el quinto mandamiento prohíbe: "No quites la vida del inocente y justo" (Ex 23,7). El homicidio voluntario de un inocente es gravemente contrario a la dignidad del ser humano, a la regla de oro y a la santidad del Creador. La ley que lo proscribe posee una validez universal: Obliga a todos y a cada uno, siempre y en todas partes.

2262 En el Sermón de la Montaña, el Señor recuerda el precepto: "No matarás" (Mt 5,21), y añade el rechazo absoluto de la ira, del odio y de la venganza. Más aún, Cristo exige a sus discípulos presentar la otra mejilla (cf Mt 5,22-39), amar a los enemigos (cf Mt 5,44). El mismo no se defendió y dijo a Pedro que guardase la espada en la vaina (cf Mt 26,52).


La legítima defensa

2263 La legítima defensa de las personas y las sociedades no es una excepción a la prohibición de la muerte del inocente que constituye el homicidio voluntario. "La acción de defenderse puede entrañar un doble efecto: el uno es la conservación de la propia vida; el otro, la muerte del agresor...solamente es querido el uno; el otro, no" (S. Tomás de Aquino, s.th. 2-2, 64,7).

2264 El amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad. Es, por tanto, legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El que defiende su vida no es culpable de homicidio, incluso cuando se ve obligado a asestar a su agresor un golpe mortal:

Si para defenderse se ejerce una violencia mayor que la necesaria, se trataría de una acción ilícita. Pero si se rechaza la violencia de forma mesurada, la acción sería lícita...y no es necesario para la salvación que se omita este acto de protección mesurada para evitar matar al otro, pues es mayor la obligación que se tiene de velar por la propia vida que por la de otro (S. Tomás de Aquino, s.th. 2-2, 64,7).

2265 La legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, para el que es responsable de la vida de otro. La defensa del bien común exige colocar al agresor en la situación de no poder causar perjuicio. Por este motivo, los que tienen autoridad legítima tienen también el derecho de rechazar, incluso con el uso de las armas, a los agresores de la sociedad civil confiada a su responsabilidad.

2266 A la exigencia de tutela del bien común corresponde el esfuerzo del Estado para contener la difusión de comportamientos lesivos de los derechos humanos y de las normas fundamentales de la convivencia civil. La legítima autoridad pública tiene el derecho y el deber de aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito. La pena tiene, ante todo, la finalidad de reparar el desorden introducido por la culpa. Cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable, adquiere un valor de expiación. La pena finalmente, además de la defensa del orden público y la tutela de la seguridad de las personas, tiene una finalidad medicinal: en la medida de lo posible debe contribuir a la enmienda del culpable (cf Lc 23, 40-43).

2267 La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si ésta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas.

Pero si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana.

Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir al reo "suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos" (Evangelium vitae, 56).


lunes, 25 de julio de 2011

Misión de mujer: ser madre

Generosidad, entrega y amor. El papel de la mujer como madre no es tan fácil como parece en el mundo de hoy





"Años se han ido sin ti - ¿cuántos años?…
Sobre tu blanca tumba
¡Oh Madre!, mi amada desaparecida,
Para este hijo lleno de amor,
Una oración: Descansa eternamente."

Con esta conmovedora poesía a su desaparecida madre Emilia, iniciaba el autor Karol Wojtyla su carrera como escritor. Perdió a su madre cuando tenía ocho años de edad y sólo a través de la escritura pudo expresar propiamente el sentido de su dolor y pérdida. ¡Cuán importante es tener una madre! Y cuando cumple su misión metida en la criatura o criaturas que esta formando, muchas veces sin pensar en ella, como nos marca para siempre el sello de su amor, como le paso a Nuestro Santísimo Padre Juan Pablo II. ¿Estaremos conscientes las madres cristianas de hoy de tan grande trabajo? ¿Se nos escapará en gran medida de que es un trabajo para glorificar a Dios?¿Qué esperará nuestro Creador de nosotras como mujeres-madres en estos tiempos de agitado consumismo y pérdida de valores y tradiciones?



¿Está de moda la generosidad maternal?

Escribir a las mujeres sobre generosidad hoy, es tan pero tan difícil. Es un reto, un desafío, un llamado intenso a observar el propio corazón. Pues para ser generosos hoy, se necesita descubrir primero como anda el mismo. El corazón es considerado como el resumen y la fuente, la expresión y el fondo último de los pensamientos, de las palabras, de las acciones. Un hombre vale lo que su corazón vale decía el Beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Una mujer es madre de acuerdo a lo que en su corazón haya permitido dar entrada. Te invito a pensar mucho en tu corazón este día. Tómate unos minutos, unas horas y escribe en un papel todo aquello que te esta impidiendo ser generosa a la hora de educar a tus hijos. Los hijos siempre amarán a los otros de acuerdo a la forma en que hayan observado en nosotros dar el amor. Nuestra sociedad esta tan necesitada de un amor auténtico de mujer, de madre, de apertura a la verdadera sensibilidad femenina. Mujeres que cada vez son más pocas, pues todo lo que se ve y se lee nos orienta a perseguir el individual bien, olvidándonos casi siempre de la necesidad tan enorme que tienen esos pequeños y jóvenes de hoy de vivir y saborear la verdadera generosidad humana.


El resumen y la fuente

Sacrifico, el resumen; amor, la fuente. Sacrificio y amor es lo que necesita la madre de hoy para educar. ¿Cuáles son los sacrificios que la madre moderna de hoy tiene que hacer para tener hijos resplandecientes y equilibrados que amen y prefieran a Dios sobre todas las cosas? ¿En verdad quieres saberlo?.

-Sacrifica tu propia comodidad y cuida tu misma. Tengo amigas que a la hora de tener a sus hijos, tienen una enfermera de planta a su lado. La enfermera se encarga de alimentar al bebé en las horas más pesadas para que la madre descanse y se reponga. Hay otras que no tienen los medios para contratar personal especial para esos días pero si para tener hasta dos muchachas de servicio. La madre amamanta y la muchacha pasea al bebé, lo cambia y pone a dormir. En las visitas al médico es quien lo carga, mientras la madre hace sus llamadas telefónicas por el celular. Hay otras que en el último de los casos nos llevamos a nuestras propias madres a nuestras casas para que nos acompañen en esos primeros y durísimos meses.

¿Se puede con todas estas ayudas interiorizar en el sentido más profundo lo que es el sacrifico y la entrega generosa en medio del dolor físico? ¿No es totalmente imprescindible que el recién nacido mame de nuestra entrega sin quejas y reblandecimientos lo que es la generosidad y el amor que no mira, sino ama el sacrificio? ¿Por qué nos cuesta tanto entenderlo y vivirlo? Es necesario detenerse y descubrir lo que hay en el propio corazón y las exigencias que nos hacemos a nosotras mismas.

-Sacrifica tus propias ambiciones profesionales. Esto si que es doloroso. ¿Cuántas madres modernas se respaldan tras el emblema "calidad de tiempo y no cantidad".

¿Serás tu una de ellas? Estar con un hijo en la casa las 24 horas del día es tremendamente agobiante y desgastante cuando no se tiene un plan, un proyecto. Entonces la cantidad se vuelve rutina y es preferible, por supuesto, hablar de calidad. Es necesario volver al trabajo profesional, además la vida esta muy cara y yo quiero darles un futuro mejor a mis hijos,-expresan.

¿Será que te sientes incapaz de sacrificar tus sueños individuales para donarte completamente a tus hijos? Es maravilloso y gratificante ser mujer profesional. Se siente muy bien cuando tu nombre suena a algo, a importante, a éxito. Aunque tengas que pasar hasta 18 horas lejos de tus hijos y darles tres horas de calidad de tiempo. ¡Ah, y después de esas tres horas, sentarte frente al computador, y ponerles una película mientras tú tranquilamente sigues desde tu casa trabajando y realizándote. ¿Sabes que por eso mismo hoy la carrera de Psicología es una de las más estudiadas? Hay tantos adolescentes que necesitan orientación, que son los psicólogos los únicos que tienen tiempo para escucharlos. ¿No será tiempo de re-pensar en nuestro profesionalismo como madres? ¿Qué les estamos dando verdaderamente a nuestros hijos? ¿Cómo nos aseguramos de que no se sienten frustrados ante nuestra falta de verdadera entrega, de estar para ellos? ¿Cuánto silencio hay en tu vida para permitirte descubrir las piezas de tu propio egoísmo y así dar paso a la fuente que es el amor? ¿Has dejado que esa fuente se tape con toneladas de egoísmo? ¿Prefieres no pensarlo?

-Sacrifica tu propio temperamento. Y ama con amor dadivoso. Yo no dudo que ames a tus hijos, pero a veces con apenas un añito he visto a madres perder la paciencia. Sus ojos no parecen infundir ternura, sino reclamo, enojo y frustración.

He visto como madres con hijos de sólo tres años destruyen su auto-estima con actitudes de rechazo hacia sus juegos y travesuras. Madres que anteponen lo que sienten, enojos y hasta amarguras a la salud mental y espiritual de sus hijos. Madres, que acogieron sólo los primeros meses pero que a medida crecen los hijos empiezan a gritar, insultar y hasta pellizcar a su pequeños. Todo eso, los rasga, los mutila, los destruye. ¿Cuántos dejamos que domine el temperamento a la hora de formar a nuestros hijos? ¿Cuánto corazón mostramos al aceptarlos como son? ¿Cuánto nos preocupamos más por las opiniones de los otros cuando no se expresan como nosotros queremos? ¿Cómo estamos verdaderamente enseñando lo que es el cariño, auténtico catalizador de las relaciones humanas?


Para una reflexión profunda….

"Humilla tu cara en el polvo, hermana madre, y deja de pensar en nada que sea barro, que sea criatura, que sea mundo, que seas tú. Sueña y piensa y duerme en Él".*

Para dejar de pensar en nada que no sea yo misma y todo aquello que merezco, se necesita tener un corazón a la semejanza de Aquel que se dio por amor a los hombres. Se necesita también tener un corazón que viva constantemente metido en Él, como vivía la Madre María. Como católica moderna no es fácil dejarse transformar por el poder del Espíritu Santo para ser una madre diferente que es profesional y está a la moda pues el ambiente esta cargado de superficialidad. A veces parece imposible vivir metida en Dios y ser del mundo. Pero cuando se deja de pensar en nada que sea barro, que sea mundo, que sea uno mismo Dios mismo da la gracia y levanta y perfecciona y enseña a amar a los demás con amor de dádiva el cual es la configuración suprema del amor. Que tu corazón hoy se arrodille y piense una vez en la bendita misión de la maternidad.

                                                                                         Sheila Morataya-Fleishman



domingo, 24 de julio de 2011

La vida: Don de Dios

¿Realmente sabemos respetar y defender la vida? ¿Conocemos qué significa el “no matarás” del quinto mandamiento?












                                              
 


          

    


 



Johnathan Swift, el conocido autor de “Los viajes de Gulliver”, se ponía de luto y ayunaba el día de su cumpleaños. Haber nacido le parecía una auténtica desgracia. Pero como millones y millones de personas celebran su cumpleaños, no parece que hayamos de darle la razón el señor Swift. Haber nacido es una cosa buena y positiva; aún más, la vida no sólo es un bien, sino que es el bien más alto en el orden natural. El sentimiento contrario es pasajero, debido quizá a la enfermedad física o mental, o a las injusticias que los demás nos han causado.

Además, la vida no sólo es un bien, sino que además es un don, un regalo. Ese don nos ha sido dado (a través de nuestros padres) por Dios: sólo Dios es dueño de la vida. Cada alma es individual y personalmente creada por Dios y sólo Dios tiene derecho a decidir cuándo la infunde a un cuerpo y cuándo su tiempo de estancia en la tierra ha terminado.Que la vida humana pertenece a Dios es tan evidente que la gravedad del homicidio -quitar injustamente la vida a otro- es aceptada universalmente por la sola ley de la razón entre los hombres de buena voluntad. La gravedad del pecado de suicidio -quitarse la vida de modo voluntario- es igualmente evidente.Aunque la vida sea un bien tan grande, no es un bien absoluto. Por gravísimas razones, es lícito matar a otro, quitarle justamente su vida. Por ejemplo, si un agresor injusto amenaza mi vida o la de un tercero, y matarlo es el único modo de detenerlo, no peco si lo hago. De hecho, es permisible matar también cuando el criminal amenaza con tomar o destruir bienes de gran valor y no hay otra forma de pararlo. De ahí se sigue que los policías no atentan contra este mandamiento cuando, no pudiendo disuadir al delincuente de otra manera, lo privan de la existencia.Está claro que el principio de defensa propia sólo se aplica cuando se es víctima de una agresión injusta. Nunca es lícito quitar la vida a un inocente para salvar la propia. Si estoy perdido con otro en el desierto y sólo hay agua para una persona, no puedo matarlo para conseguir así llegar hasta el oasis. Tampoco puede matarse directamente al niño en gestación para salvar la vida de su madre. El niño aún no nacido no es agresor injusto de la madre, y tiene derecho a vivir todo el tiempo que Dios le conceda. Destruir directa y deliberadamente su vida es un pecado de suma gravedad; es un asesinato y tiene, además, la malicia añadida del envío a la eternidad de un alma sin oportunidad de bautismo. Éste es otro de los pecados que la Iglesia trata de contener imponiendo la excomunión a todos los que sin su ayuda no se hubiera cometido el delito: no sólo a la madre, también a los médicos o enfermeras que lo realicen, a quien convenza a la madre o le facilite el dinero para ese fin.Una extensión del principio de defensa personal se aplica a las naciones. Por ello, el soldado que combate por su país en una guerra justa no peca si mata. Una guerra es justa: a) si es una guerra defensiva, es decir, si la nación ve sus derechos o su territorio injustamente violados; b) si se recurre a ella en último extremo, una vez agotados todos los demás medios de dirimir la disputa; c) si se lleva a cabo según los dictados de la ley natural y la leyes internacionales, y d) si se suspende tan pronto como la nación agresora ofrece la satisfacción debida.En la práctica resulta a veces muy difícil para el ciudadano medio decidir si la guerra en que su nación se embarca es justa o no. El ciudadano común suele no conocer todos los intríngulis de una situación internacional. De ahí que muchas veces deba esperar el juicio de la autoridad competente (los obispos o el Papa), para saber cómo actuar. No ha de olvidar, en todo caso, que incluso en una guerra justa se puede pecar por el uso injusto de los medios bélicos, como en caso de emplear armas biológicas que causen estragos al margen de objetivos de valor militar.Ya que la vida no es nuestra, hemos de poner todos los medios razonables para preservar tanto la propia como la del prójimo. Es a todas luces evidente que pecamos si causamos deliberado daño físico a otros; y el pecado se hace mortal si el daño fuera grave. Por ello, las disputas en que se llega a las manos -a no ser que se trate de una agresión injusta-, son una falta contra el quinto mandamiento de la ley de Dios.Lo que directa o indirectamente se relacione con la vida cae en el ámbito del quinto mandamiento. Podemos ir deduciendo de ello muchas consecuencias prácticas. Por ejemplo, es evidente que quien conduce un vehículo de modo imprudente, comete pecado grave, pues expone su vida y la de otros a un riesgo innecesario. Esto también se aplica al conductor que se encuentra atarantado por el alcohol. El conductor ebrio es criminal además de borracho. Ambos son pecados contra el quinto mandamiento, pues beber en exceso, igual que comer excesivamente, contraviene este precepto porque perjudica la salud, y porque la destemplanza causa fácilmente otros efectos nocivos. El pecado de embriaguez se hace mortal cuando de tal modo afecta al bebedor que ya no sabe lo que hace. Pero beber sin llegar a ese extremo también puede ser un pecado mortal por sus consecuencias malas: perjudicar la salud, revelar secretos o descuidar los deberes profesionales o familiares. Quien habitualmente toma bebidas alcohólicas en exceso y se considera libre de pecado porque conservó la noción de lo que hizo, normalmente se engaña a sí mismo; raras veces las bebidas alcohólicas no producen daño grave en el prójimo o en uno mismo.El drogadicto peca gravemente contra este precepto de la ley de Dios. Ingiere la droga con el fin de recibir sensaciones o experiencias sin otro objeto que la satisfacción personal. Implica un arbitrario y arriesgado peligro, que priva al individuo de la función rectora de la razón y le produce perjuicios fisiológicos y psicológicos casi siempre graves e irreversibles. Es, sin ninguna justificación, un atentado contra la vida.Al ser responsables ante Dios por la vida que nos ha dado, tenemos obligación de cuidar la salud dentro de límites razonables. Exponernos a peligros deliberados o innecesarios (como el alpinismo sin precauciones debidas), descuidar la atención médica (cuando sospechamos tener una enfermedad seria), descuidar el necesario descanso (no dormir o no comer lo debido), es faltar a nuestros deberes como administradores de algo que es de Dios.Un principio básico sobre este precepto es que la vida de todo el cuerpo es más importante que la de cualquiera de sus partes. En consecuencia, es lícito extirpar un órgano para conservar la vida. La amputación de un brazo gangrenado o de una matriz cancerosa está justificada moralmente. Sin embargo, mutilar el cuerpo innecesariamente es pecado, y pecado mortal si la mutilación es seria en sí o en sus efectos. Aquella persona que voluntariamente se somete a una intervención quirúrgica con el único fin de quedar estéril, incurre en un pecado mortal, igual que el cirujano que la realiza, sean cuales fueren las circunstancias del caso concreto. También se incluye dentro de este precepto la “eutanasia” (matar a un enfermo incurable para acabar con sus sufrimientos). La eutanasia es pecado grave, aunque el mismo paciente la pida. Si una enfermedad incurable es parte de la providencia de Dios para mí, ni yo ni nadie tiene derecho a impugnarla. La vida es de Dios, y sólo Él determina cuando llega a su fin.

Ricardo Sada Fernández

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CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

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"Oh, Corazón Inmaculado de María, refugio seguro de nosotros pecadores y ancla firme de salvación, a Ti queremos hoy consagrar nuestro matrimonio. En estos tiempos de gran batalla espiritual entre los valores familiares auténticos y la mentalidad permisiva del mundo, te pedimos que Tu, Madre y Maestra, nos muestres el camino verdadero del amor, del compromiso, de la fidelidad, del sacrificio y del servicio. Te pedimos que hoy, al consagrarnos a Ti, nos recibas en tu Corazón, nos refugies en tu manto virginal, nos protejas con tus brazos maternales y nos lleves por camino seguro hacia el Corazón de tu Hijo, Jesús. Tu que eres la Madre de Cristo, te pedimos nos formes y moldees, para que ambos seamos imágenes vivientes de Jesús en nuestra familia, en la Iglesia y en el mundo. Tu que eres Virgen y Madre, derrama sobre nosotros el espíritu de pureza de corazón, de mente y de cuerpo. Tu que eres nuestra Madre espiritual, ayúdanos a crecer en la vida de la gracia y de la santidad, y no permitas que caigamos en pecado mortal o que desperdiciemos las gracias ganadas por tu Hijo en la Cruz. Tu que eres Maestra de las almas, enséñanos a ser dóciles como Tu, para acoger con obediencia y agradecimiento toda la Verdad revelada por Cristo en su Palabra y en la Iglesia. Tu que eres Mediadora de las gracias, se el canal seguro por el cual nosotros recibamos las gracias de conversión, de amor, de paz, de comunicación, de unidad y comprensión. Tu que eres Intercesora ante tu Hijo, mantén tu mirada misericordiosa sobre nosotros, y acércate siempre a tu Hijo, implorando como en Caná, por el milagro del vino que nos hace falta. Tu que eres Corredentora, enséñanos a ser fieles, el uno al otro, en los momentos de sufrimiento y de cruz. Que no busquemos cada uno nuestro propio bienestar, sino el bien del otro. Que nos mantengamos fieles al compromiso adquirido ante Dios, y que los sacrificios y luchas sepamos vivirlos en unión a tu Hijo Crucificado. En virtud de la unión del Inmaculado Corazón de María con el Sagrado Corazón de Jesús, pedimos que nuestro matrimonio sea fortalecido en la unidad, en el amor, en la responsabilidad a nuestros deberes, en la entrega generosa del uno al otro y a los hijos que el Señor nos envíe. Que nuestro hogar sea un santuario doméstico donde oremos juntos y nos comuniquemos con alegría y entusiasmo. Que siempre nuestra relación sea, ante todos, un signo visible del amor y la fidelidad. Te pedimos, Oh Madre, que en virtud de esta consagración, nuestro matrimonio sea protegido de todo mal espiritual, físico o material. Que tu Corazón Inmaculado reine en nuestro hogar para que así Jesucristo sea amado y obedecido en nuestra familia. Qué sostenidos por Su amor y Su gracia nos dispongamos a construir, día a día, la civilización del amor: el Reinado de los Dos Corazones. Amén. -Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM

CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO A LOS DOS CORAZONES EN SU RENOVACIÓN DE VOTOS

CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO A LOS DOS CORAZONES EN SU RENOVACIÓN DE VOTOS
Oh Corazones de Jesús y María, cuya perfecta unidad y comunión ha sido definida como una alianza, término que es también característico del sacramento del matrimonio, por que conlleva una constante reciprocidad en el amor y en la dedicación total del uno al otro. Es la alianza de Sus Corazones la que nos revela la identidad y misión fundamental del matrimonio y la familia: ser una comunidad de amor y vida. Hoy queremos dar gracias a los Corazones de Jesús y María, ante todo, por que en ellos hemos encontrado la realización plena de nuestra vocación matrimonial y por que dentro de Sus Corazones, hemos aprendido las virtudes de la caridad ardiente, de la fidelidad y permanencia, de la abnegación y búsqueda del bien del otro. También damos gracias por que en los Corazones de Jesús y María hemos encontrado nuestro refugio seguro ante los peligros de estos tiempos en que las dos grandes culturas la del egoísmo y de la muerte, quieren ahogar como fuerte diluvio la vida matrimonial y familiar. Hoy deseamos renovar nuestros votos matrimoniales dentro de los Corazones de Jesús y María, para que dentro de sus Corazones permanezcamos siempre unidos en el amor que es mas fuerte que la muerte y en la fidelidad que es capaz de mantenerse firme en los momentos de prueba. Deseamos consagrar los años pasados, para que el Señor reciba como ofrenda de amor todo lo que en ellos ha sido manifestación de amor, de entrega, servicio y sacrificio incondicional. Queremos también ofrecer reparación por lo que no hayamos vivido como expresión sublime de nuestro sacramento. Consagramos el presente, para que sea una oportunidad de gracia y santificación de nuestras vidas personales, de nuestro matrimonio y de la vida de toda nuestra familia. Que sepamos hoy escuchar los designios de los Corazones de Jesús y María, y respondamos con generosidad y prontitud a todo lo que Ellos nos indiquen y deseen hacer con nosotros. Que hoy nos dispongamos, por el fruto de esta consagración a construir la civilización del amor y la vida. Consagramos los años venideros, para que atentos a Sus designios de amor y misericordia, nos dispongamos a vivir cada momento dentro de los Corazones de Jesús y María, manifestando entre nosotros y a los demás, sus virtudes, disposiciones internas y externas. Consagramos todas las alegrías y las tristezas, las pruebas y los gozos, todo ofrecido en reparación y consolación a Sus Corazones. Consagramos toda nuestra familia para que sea un santuario doméstico de los Dos Corazones, en donde se viva en oración, comunión, comunicación, generosidad y fidelidad en el sufrimiento. Que los Corazones de Jesús y María nos protejan de todo mal espiritual, físico o material. Que los Dos Corazones reinen en nuestro matrimonio y en nuestra familia, para que Ellos sean los que dirijan nuestros corazones y vivamos así, cada día, construyendo el reinado de sus Corazones: la civilización del amor y la vida. Amén! Nombre de esposos______________________________ Fecha________________________ -Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM

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